…Gruesas gotas de sudor, densas, fluidas, naranjas
de tierra, grasa y sangre, corrían desde el corto cabello por encima de la sien
pasando a través de la película viscosa generada por la brea consumida de las
flamas; aire ardiente y quemado escaso de oxígeno, visión de luz trastornada entre
humo y cenizas. Las plantas de sus pies descalzos dolían ya bastante resecas,
endurecidas y cuarteadas por sal y roca, rodillas raspadas y enrojecidas, piel
de tono, cortadas y moretones; aliento cansado, vestido por nada más que
harapos; una corteza de madera petrificada protegiendo su espalda, un cuchillo
de acero negro en la mano del niño, Reccar tendría entonces solo once años.
Vida o
muerte sería esa noche, un funesto rito del Culto de Asmodis. Los septos
golpeaban con huesos sobre los Tambores
de los Mártires, un ritmo intenso de golpe bajo y profundo, pausa corta y
estallido frenético, húmeros y fémures golpeando en los oídos acelerando el
corazón de fuerza y pánico; pero él solo sentía un terrible miedo, de los siete
infantes que lanzaron a la arena solamente tres quedarían con vida. El menor de
ellos, Vicom, malherido de una pierna por la mordida de un monstruo se mantenía
firme sosteniendo entre esfuerzo y con ambas manos un hacha, la misma hacha con
la que mató a las bestias que lo habían atacado, y aún así dos lagrimas corrían
por sus mejillas pues delante de él, tendido sobre el suelo, aplastado y
devastado bajo los cuerpos de los lobos yacería muerto su hermano sangre por
sangre.
Así mismo
el mayor, Teras, completamente enojado, iracundo, furioso sobre aquellos malditos
despostas desgraciados que los forzaban a morir; su mano presionaba con odio la
empuñadura de una espada recién retirada de la cabeza del león, mientras sus
ojos miraban con terrible endereza justo a los ojos del Maestro Aino. “Un día también cortaré la tuya”.
Más ese
no sería el final. Un cuerno sonó cuando liberaron ante ellos a tres fieros
leones de las tierras del sur; otro cuerno sonó para dos lobos gigantes de las
tierras del norte, un cuerno más sonaría por el temible espanto de los bosques
de Iberia. Algunas tribus salvajes descendientes de los antiguos lo nombraron `Osco´, los romanos lo llamarían `Ursus infernum´. Una enorme bestia de
pelaje pardo y negro, garras de hueso, mandíbula imponente hocico de carnicero,
fauces de grandes dientes trituradores y dureza de marfil; ojos vacíos de pupila absoluta,
capaces de mirar en la perfecta penumbra, oso abominable espanto de la
naturaleza, víctima de la curiosa perversión humana. Su grueso pelaje se
admiraba rasgado, cortado, arrancado con tesón de sus fibras, arrastrado por
piedra, madera y metal. Sus hombros, su cabeza y su dorso arrasados por múltiples
quemaduras rasgos de fuego, aceite hirviente y brasas; se podía observar su
carne y su fibra muscular, su grasa blanca y amarilla entre las heridas lamidas
en las coyunturas de sus patas. Por todo su cuerpo historia y leyenda de salvaje
batalla, cuando solo podía pensarse ¿A
cuántos habría destrozado de los muchos que antes intentaran matarle? Violencia y odio en el espíritu del animal, y
cómo no temer ante el gruñido feroz de la gigante bestia. Lo miraron alzarse
más allá de las rejas con la altura de un sauce, y aplastar con sus patas los
pocos huesos restantes de las últimas criaturas de las que comenzara a
alimentarse un par de meses atrás.
Cuando
el perno de la puerta cayó, el espanto corrió hacia ellos en lo que el firme y
pesado de su potente embestida generó un estruendo al chocar contra las verjas,
las cuales tiró hacia un lado precipitándolas al muro. Parecía que sus enormes
pasos harían temblar la tierra al
momento de avanzar en dirección a Vicom, quien herido de una pierna no
podía correr; entonces el chico sin moverse demasiado hizo a un lado su pesada
hacha y cuando miró al enorme oso venirse sobre sí se balanceó con ella
arrojándola hacia el grueso y duro pecho del animal mientras se tiraba a un
lado, el niño rodaría por el suelo entre debajo de sus patas, evadiendo de a
poco las terribles garras las cuales casi lo arrastran al rozar su ropa. Avanzó
entre esfuerzos poco más de un metro alejándose de Osco, pero este pronto se
detuvo e irguiéndose de nuevo en alto viró a medias su cuerpo devolviéndose
hacia el niño, quien no pudo hacer más que retroceder a rastras.
Entonces
Vicom miró a la enorme bestia presintiendo la fatalidad, pero en eso el joven
Teras de catorce años saltaría desde un lado perforando con su espada en la
espalda del animal, la herida no sería demasiado profunda y balanceándose a
través de ella halaría por poco el cuerpo de la bestia sacándole de equilibrio
haciéndolo caer de nuevo entre sus cuatro patas; luego de eso el gigante oso se
sacudió de enojo, tan salvaje y tan fuertemente que el mismo Teras no podría
mantener sus manos en la empuñadura de su arma, saliendo propulsado arrojado
contra las rocas no muy lejos de él. Después de eso Osco se retorcería
frenético mirando una vez más en dirección a Vicom, abrió en un instante su
enorme y oscura boca expulsando un muy fuerte y pestilente aliento, un feroz y
monstruoso rugido en el que pronto resaltaban los agudos dientes y poderosos
colmillos al momento de precipitar sus fauces contra él.
Fue allí
cuando Reccar embistió la cabeza de la bestia tratando de hundir el puñal en su
cuello, pero en lugar de ello el acero penetraría en su hombro abriéndose paso
desde el músculo al hueso. Reccar no encontraría más lugar al que sujetarse
cuando su mano se tomó del pelaje de su cabeza, su cuerpo cruzó de un latigazo
por encima de ella justo cuando Osco se impulsó hacia atrás, luego Reccar rodaría
por el suelo justo al frente de Vicom y antes de darse cuenta la bestia le tomó
entre sus dientes cerrando la mandíbula alrededor de su espalda.
__ ¡No! –Gritaría Vicom mirando como el oso se llevaba a Reccar entre sus fauces en
lugar de a él…
…Osco arrastró a Reccar entre sus fauces mientras sus dientes perforaban
potentes comenzando a fracturar la rígida coraza de madera petrificada que
llevaba puesta en la espalda; lo sacudió tirándolo fuertemente al suelo
golpeando su cuerpo contra la arena y la grava.
__ ¡Suéltalo!
Exclamó
Teras saltando de nuevo sobre la espalda de la bestia, arrancó el cuchillo de
su hombro y sujetándose fuertemente del cuello del animal comenzó a apuñalarle
una y otra vez por detrás de la cabeza; frío, oscuro, rígido, terrible de hoja
acero negro ingresando frenético una y otra vez del cuello del animal en tanto este
se negaba a soltar al niño; Osco seguiría sacudiendo a Reccar hasta hacerlo
crujir, Teras continuaría acuchillando al oso hasta lograr derribarlo, pero en
lugar de ello la bestia se tiró hacia un lado aplastando con su espalda la
mitad de su cuerpo, rodó sobre él quizás astillando alguna de sus costillas
pues Teras se retorcería en el suelo no pudiendo alcanzar nuevamente el
cuchillo; entonces Osco talvez un poco derribado por la pérdida de sangre soltó
por fin a Reccar de su boca, lo volteó con una de sus garras dejándole a merced
de su abdomen donde nada le protegía, y en el momento en que se dispuso a
morder su vientre la voz de un niño se escucharía con gran fuerza acallando los
tambores. Vicom gritó en tal forma que pudo enmudecer a la misma noche, y
empuñando un gran hacha de acero negro golpearía desde un lado la cabeza del
oso arrancándole la mitad de la mandíbula, pero no se detuvo allí. Cuando Osco
cayó tendido sobre la grava Vicom se situó justo al frente de su cabeza, tomó
de nuevo el hacha con ambas manos y presionando la rodilla por encima de su
cráneo la arrancó desde los huesos donde se habría incrustado, la levantó tan
alto como pudo y la precipitó con furia contra el cuello del animal comenzando
a cortar su espina; Vicom ni siquiera podía mantenerse en pie, estaba exhausto,
sangrando, malherido, pero aún de rodillas arrancaría con su fuerza la cabeza
de la bestia con sus propias manos.
Sus
brazos temblaban frente a sus ojos no pudiendo siquiera terminar de levantarlos,
su pierna sufría escurriendo de rojo sintiendo el fantasma de los colmillos del
lobo hundiéndose sobre ella, su rostro inundado de un feroz sentimiento
cubierto al mismo tiempo por la sangre de Osco mezclándose con la suya; su
cuerpo estropeado deseaba caer, rendirse ante el dolor y el cansancio llevado
más allá del extremo de sus límites cuando a su mente aturdida ya le costaba
respirar y ver, pero aún así un tierno Vicom de tan solo diez años utilizaría
lo poco que le restara de fuerza avanzando a gatas para acercarse a Reccar, quien
estaba incluso mucho peor que él. Los estragos que el oso había causado en su
cuerpo eran muchos difíciles de describir; sus ojos estaban abiertos pero no
miraban nada, quizás estaría un poco más que inconsciente pues Vicom no podía
escuchar su respiración.
__No –Dijo una vez más el niño
apoyando las manos sobre el centro de su pecho, pulsando una y otra vez por
encima de su corazón hasta que lleno de enojo, cerraría sus dos puños golpeándole
en el pecho con enorme fuerza– ¡Te
prohíbo que mueras!
Es
difícil pensar quien de todos ellos recibió la peor parte, si por igual tanto
joven bestia y niño no hicieron más que luchar por sus vidas. Terrible fuese el
día en que los humanos decidieran el jugar a ser dioses, pues sería en ese
entonces cuando una más joven sacerdotisa Ikale luego de presenciar tales
hechos hubiese de cuestionar al Maestro Aino.
__Impresionante demostración Maestro,
pero debo preguntar ¿Llegará el día en que sintamos miedo, por los mismos
monstruos que estamos creando?
El viejo Aino, astuto zorro de la ribera del Ebro
elevaría con preocupación sus tupidas cejas enmarcando las arrugas de su
extensa frente, contemplando una vez más el proceso que en tiempos pasados
contribuyera a crear a las mortales bestias alguna vez conocidos como engendros de Asmodis.
__Insensato sería no temer a
aquellos que lo han perdido todo –expresó, mirando luego en lo alto, como siempre
por encima de todos, sentada sobre la cornisa rodeando con sus brazos su
rodilla diestra, observándolo todo y a todos, la más terrible y joven Zoe híbrida
demonio de Ceris y el Fatuo…
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