I: “Justos por pecadores…”
…Heladas cadenas oprimían sin piedad la garganta del galo, casi
inconsciente sus pulmones se comprimían forzosamente mientras su gélido aliento
se le escapaba del cuerpo; su mente percibía con torpeza y lentitud las señales
de la noche profunda, que se extendía funesta sobre él como las penumbras
infernales; sus ojos entreabiertos admiraban opacos los débiles destellos de
luz plateada antes de cerrarse a la resignación trágica de la derrota y la
muerte, al tiempo en que recordaba punzantes las palabras represivas del
terrible Laertes: “Todo ha de caer por su
propio peso”. Así parecía definitiva la caída del Hallstatt en el glorioso
templo de Hispalis cuando brutales golpes de feroces martillos resonaron con
furia en la inmensidad de las bóvedas, alarmando de nuevo sus sentidos.
Y pensar que pocos días antes, él y otros más
se aventuraron a enfrentar al demonio que surgió desde lo más entrañable de la
locura humana; una bestia incomparable en crueldad, ebrio de poder, exaltado de
orgullo, recargado de cinismo y alimentado del miedo; este era Anthropus Volpe. Su figura apareció al
atardecer entre las calles de la ciudad antigua, acompañado de otras tres
criaturas su llegada fue descrita por una lluvia relampagueante de caos, fuego,
pánico, desesperación y muerte…
__Pero que dramática hipocresía, cómo si en realidad
fuese culpa nuestra –Afirmó
el espectro desde lo alto cuando feroces ojos amarillos miraban con furia el
choque violento en la ansiedad de las masas–
Las personas no necesitan que los demonios vengan a la tierra para crear sus
infiernos…
Hombres, mujeres, jóvenes y
ancianos, sanos y enfermos, se aprisionaban unos a otros contra las puertas del
precinto empujando con frenesí sus cuerpos hacia el interior, aplastándose
mutuamente con horrible ansia mientras los guardias colisionaban con igual
desesperación tratando de bloquear las rejas, en lo que repetían
constantemente: “Por hoy nadie más
pasará”. Gritos, maldiciones e insultos se entremezclaban en el bullicio
poco comprensible; voces individuales que se alzaban en reclamos de relativa
justicia, cuando más pareciesen sobresaltos de supervivencia y conveniencia
propia, nada más que meramente instintivos. Sin embargo, Volpe jamás podría
mirarlos como víctimas, pues cada quien está donde procura estar; en lugar de
ello la voz del cánido demonio continuó para sí mismo.
__…Matándose entre ellos por un poco de comida,
aun cuando todavía no han sentido la desesperación del hambre. Siempre
ofreciendo a otros la culpa de sus miserias como si de verdad no pudiese ser
solo culpa propia –Había mucho más que fuerza en sus palabras, sonreía de
ira, bañado por un aura de poder destructivo; sarcástico, irónico, devolvió su
mirada sobre el gigante Rodas justo cuando este se aproximaba a él.
Sobre la corona de arcilla y
roca de un viejo edificio desgastado por el tiempo, se desplazaba la presencia
que rebasaba por mucho los dos metros de altura; de por demás exagerada y
grotesca constitución muscular, vestido por la rígida coraza de una potente
armadura, cuando en sus manos y rostro se admiraba la leyenda de una piel
rojiza enmarcada de cicatrices; un vasto personaje que fácilmente podría ser
considerado un héroe entre humanos, pero que parecía diezmado ante la presencia
de Volpe, pues su andar solo hubo de detenerse ante la furia de su mirada.
__ ¿Y qué más podrías esperar de la naturaleza
humana? Solo somos animales presumiendo la elegancia –Expresó el gigante conservando la distancia, y
Volpe, como si se tratase de un mal chiste, agregó.
__Claro,
pero al decirlo pareciera que te crees mejor –Entonces Volpe viró por completo su cuerpo hacía
él, en lo que Rodas pudo sentir el escalofrío tremendo que Volpe emanaba por
sus deseos de sangre– ¿Por qué estás
aquí? –Preguntó el demonio, y ante la expresión de un tono más hostil la
luz del final del día se enmarcaba de rojo, comenzó a bandear fibroso un aire
seco y áspero, en tanto los gritos de voces violentas seguían tronando desde
las calles.
__Volpe, tu padre quiere que regreses… –Diría el gigante Rodas muy corto y preciso, en
tanto la voz precipitada de Volpe estremecería sus ánimos.
__ ¡¿De verdad?! ¡¿Y por qué no vino él a detenerme?!
O mejor aún si tanto honras su voluntad ¿por qué no me detienes tú mismo? ¿O será
talvez que el grandioso Rodas me tiene miedo? –Dijo Volpe extendiendo los brazos retándolo
abiertamente; pero el gigante, como un simple consejo, no hizo nada más que
responder.
__Toda esa ira solo atraerá más desgracia.
__Pues que así sea –Selló el demonio con palabras proféticas– Dile a mi padre que regresaré, no sin antes
arrastrar al maldito de Laertes conmigo –Y luego de que Volpe le diera la
espalda, dos sombras continuaron tras sus pasos en dirección a la otra cara de
la ciudad.
Mientras tanto, en el
interior de alguno de los grandes palacios de mármol, todavía podía avistarse
un paraíso terrenal de vicios, excesos y lujuria. Chicas jóvenes y hermosas
agitaban semidesnudas sus cuerpos de mediana adolescencia para entregarse a
otros chicos de igual edad, prematuros, inexpertos, nada más que niños
conociendo de pronto el ardor de la carne. Música y vinos se mezclaban curiosos
en el furor acelerado y adictivo de la noche, duendes del deseo propagaban en
las sombras los carnales instintos de una emoción desenfrenada; dos miradas
furtivas tropiezan entre la muchedumbre, una leve incitación, ella muerde sus
labios con suavidad y dulzura en medio de una tierna y muy pícara sonrisa, y
justo antes de darse cuenta dos cuerpos alejados se encuentran al deseo
llevados por caricias de ansiedad y sudor; una mano temblorosa desliza sobre el
vientre delicado y tibio ya con más seguridad, un beso acelerado que incita a
tiernas almas hacia el acto inevitable, pues ya no hay consecuencias que
atormenten esta noche en el jardín de las delicias.
Todo habría de parecer de
júbilo, hasta que el frío aliento en lo espeso de la noche soplaría con fuerza
rompiendo el equilibrio de jóvenes danzantes; una emoción más agria y siniestra
invadiría entonces sus temblorosos cuerpos como si algo provocara la remoción
de sus vísceras, en lo que algunos comenzaron a caer regurgitando sangre y
bilis. Y desde cada uno de los rincones del patio, desde los techos, las
ventanas y las puertas sucumbirían entonces los restos de los guardias. Una chica estuvo a punto de pronunciar sus
gritos de horror, pero una mano fría con palma de cuero y nudillos de metal le
cubriría la boca al extremo de las sombras; no podía moverse, no podía ni
hablar, solo sucumbir ante el palpitar desenfrenado que ardía en su pecho y la
amarga intuición de un sudor frío que corría por su espalda. Cuando el espectro
la soltó ella no pudo mantener sus pasos, ni siquiera lograría sostener su
mirada, solo cayó al suelo, inmóvil, inerte, en tanto el resto admiraban
aterrados la horrible figura que aparecía ante a ellos.
La cara izquierda del zorro
se hallaba carcomida desde lo alto de la mejilla hasta el hueso de la
mandíbula, dejando a plena vista la imponencia de sus colmillos; los restos de
su piel, ásperos como lija y duros como metal no dejaban de lado la
expresividad de su sonrisa, mientras que sus orejas agudas como lanzas se
alzaban en desigual altura, y sus ojos, sus terribles ojos amarillos eran un
reflejo de la turbidez de su alma.
__Si están aquí los suntuosos jóvenes de Hispalis
¿Por qué yo no fui invitado? –Preguntó Volpe con deliberada presunción pasando entre ellos hacia el
interior del patio, burlándose en silencio de lo muy denigrado y reducido de su
aspecto, aun más degradado por el desastre en su entorno; entonces miró también
los cuerpos de las chicas cuyas ligeras prendas habían sido bañadas de humedad
y vino– Yo podría enseñarles un par de
cosas –Afirmó perverso en tanto acariciaba invasivo el rostro de una nena
de 14 años, deslizando a un lado las finas hebras de cabello rizado que caían sudorosas
sobre piel morena, y al mirar a través de sus ojos almendrados agregó– O quién quita, talvez ustedes ya sepan más
que yo.
Tras pronunciar tales
palabras la figura de un púber se precipitó contra él levantando una vasija de
aceite en llamas; pero antes de que pudiera arrojársela encima Volpe se la
derribó con facilidad de las manos y en lo que el chico perdía el equilibrio por
la fuerza del impacto, caería sobre las flamas extendidas sobre el piso, hasta
que Volpe lo volteó de una suave patada alejándolo del fuego.
__Mira bien donde caes –Dijo al niño de doce años mientras caminaba sobre
las llamas como si no fuesen nada.
En eso, otros tres jóvenes de
mayor edad ya cercanos a la adultez intentaron atacarle de manera más concisa
con fierro, garrote y puñal, armándose a su tiempo de lo que tendrían a
disposición; pero cuando el muchacho le aventó con furia la barra de acero,
Volpe se desplazó por un lado de su brazo reventándole la frente colisionándola
contra la suya, estallándole a la vez sentidos. Luego hizo su mano atrás
deteniendo el garrote que venía tras su cuello, lo volteó con tenacidad
arrastrando el cuerpo de su atacante y ubicándose tras su espalda le impactaría
la rodilla con gran potencia en la base de la columna, sacándolo también del
juego en nada más que instantes.
Fue en ese momento cuando el
último sujeto avistó un espacio en el costado del demonio para clavarle el
puñal; pero lejos de encontrarle algún punto ciego la criatura se movió
ligeramente arrebatándole el cuchillo de la mano, luego lo aceleró con tal fuerza
cortando el aire sobre su abdomen, finalizando el giro con una fuerte patada
sobre la misma herida que le había propinado, repeliéndolo a través de un suelo
cubierto de flamantes llamas.
Volpe sonreiría de lo fácil
que resultaba, pues incluso al percibir el trozo de tela que le cubriría el
rostro, el cánido demonio sabría zafarse con sagacidad rasgando la tela hasta
colocar el cuchillo en el cuello de su atacante. Sin embargo, cuando miró a la
chica de ojos almendrados sus brazos se detuvieron.
__Entretenido, pero yo no vine aquí a jugar con niños
–Dijo Volpe retirando levemente el filo
de su piel, encontrando al mismo tiempo que su rostro carecía de pánico.
__ ¿Qué quieres? –Preguntó la joven.
En ese momento el silencio
reinaba imperante, el público se había desvanecido por completo pues los que
aún quedaban en pie ya habían salido huyendo; pero si realmente había quedado
sola, Volpe no podía entender porque ella no sentía temor al pronunciar esa
pregunta; por lo que Volpe cambiaría el tono de su voz a uno más cortante y
seco.
–Si en realidad es esta la casa de
Laertes ¿Dónde está su anfitrión?
__No lo sé, nadie lo ha visto en semanas –Señaló la nena de ojos almendrados sin alterar sus
emociones, mas Volpe inconforme de su respuesta expresó.
__Eso ya
me lo han dicho ¿Quién es entonces el promotor de esta fiesta?
__Su sobrino, Estelio –Entonces las palabras de la joven adquirieron
firmeza hasta un acento amenazante–; pero
no creas que a él podrás intimidarlo, a diferencia de nosotros él te
destrozará.
__Perfecto, pues si en realidad es su sobrino no
podría esperar menos.
__ ¡SUÉLTELA! –Gritaría entonces con
propiedad el chico de 16 años desde el otro extremo del patio.
No era más que un muchacho de
mediana estatura, de 1,67mt talvez; no muy delgado, pero tampoco muy provisto
de carnes, por demás era obvio que la fuerza no era lo suyo; más bien se le
veía como un chico pálido noctámbulo con débil rastro de ojeras, vestido por
prendas de marrón oscuro, con un cabello negro mate rebelde y erizado. Su
aspecto no dejaba de ser un poco sombrío, y su mirada fija, considerando el
peligro que tenía en frente.
__Pareces alguien importante, pero… ¿en realidad lo
eres? –Expresó Volpe
liberando a la chica adquiriendo contra Estelio una postura desafiante, y este
en acento protector dijo.
__Eris, márchate –Aquella sería la mejor opción, pues cuanto menos podía tener una idea de
lo que estaba por enfrentar.
El cielo se abría en la
inmensidad de la noche destellando un poco de luz de luna; así entre techos de
duras losas de arcilla se alzaban imponentes las claras columnas de roca y
mármol que daban lugar al gran patio donde se encontraban. A un lado de ellos
el estanque de varios metros de diámetro cuya superficie de sus aguas ondulaban
suaves por el viento; muebles de fresno dispersos por el lugar, bandejas de
acero y plata rodeadas por las sobras de los más finos alimentos; jarrones y
alforjas de licor, lámparas compuestas por vasijas de aceite coronadas en
fuego; puede que tres o cuatro jóvenes inconscientes, además de los inertes
cuerpos de los guardias marcados de deformaciones y de brutales heridas. Solo
dos hombres en pie, o mejor dicho el muchacho y un ente medianamente humano;
Estelio portaba la espada griega de su tío, Volpe no se molestaría en desenfundar
siquiera alguno de sus puñales, pues podía disponer de todo su entorno como
arma.
El espectro estaba ansioso,
Estelio podía mirar como a través de su máscara extremada de bronce su
auténtica sonrisa era todavía mucho más perversa. Con un inesperado movimiento
de sus pies Volpe levantó el garrote flameando desde el piso, arrojándolo a
Estelio a través del aire con colosal potencia; el muchacho apenas pudo
inclinarse un poco mirando como el mazo destrozaba en un instante la escultura
junto a él como si hubiese sido arrollada por un proyectil de catapulta,
mientras los fragmentos se dispersaron como en fuerte una explosión levantando
en el aire partículas de polvo ¿Pero cómo
un humano podría hacer eso? Estelio ni siquiera tendría tiempo de pensarlo,
pues al devolver la mirada al frente tuvo que tomar alguna de las bandejas para
frenar el impacto del fierro dirigido por el brazo izquierdo de Volpe, e
interponer luego la espada ante el cuchillo que volaba desde su brazo diestro;
cada golpe venía acompañado de una fuerza fenomenal y velocidad destructora, a
la que Estelio apenas le dejaba tiempo de evadir, parar y retroceder más atento
a defenderse que a intentar atacarle.
Mas su improvisado escudo
pronto terminó de deformarse, entonces la barra de hierro de Volpe golpearía la
defensa de su espada con tal fuerza y frenesí que brotaban chispas por el
violento choque de los metales. No había mucho que pudiera hacer, pero antes de
que a Estelio se le acabara la agilidad pudo evadir al espectro por detrás de
la columna cuando en medio de un salto abalanzó su espada contra el cuerpo del
demonio en lo que entonces parecía su más brillante ataque.
__Nada
mal –Volpe le detuvo
sin esfuerzo interponiendo simplemente la barra de metal, y mediante un impulso
del cuchillo sobre la misma propulsó a Estelio hacia el interior de una oscura
y tétrica habitación, a la cual Volpe lo seguiría creyéndose dominante.
Justo después de que el
cánido demonio traspasara también el pórtico, pudo escuchar el sonido de
grandes verjas de hierro cayendo tras su espalda sellando la entrada. Quizás Volpe
debió haber prestado mayor atención a sus sentidos, pues ya no tan ligero en el
aire se encontraba inconfundible el aroma repulsivo de excremento animal,
mezclado con la emanación del pelaje de perro mojado; abundantes marcas de
garras deformaban la textura de las paredes y el piso a lo largo del corredor, así
como los restos de hueso y carne putrefacta. Puede que el joven no fuera tan
bueno como para poder igualarlo, pero en parte Eris tenía razón, Estelio era
por mucho más hábil que los demás, y se alejó perdiéndose más allá del pasillo
a través de un salón todavía más oscuro.
Entonces Volpe más satisfecho
que sorprendido se sonrió una vez más, dejo caer el fierro de su mano y por un
chasquido de sus dedos encendería la antorcha que dispuesta estaba sobre el
muro, la cual arrancaría de su soporte para llevarla en su mano; nueve pasos al
frente justo en dirección hacia la trampa de Estelio, una vez allí arrojaría la
antorcha hacia el centro del salón escuchando con pausa feroces gruñidos que
pronto retumbaban con escalofriante eco; una pila de huesos ha quebrado el
silencio desatando los atroces e imponentes ladridos de híbridas criaturas, las
cuales retenidas cuales retenidas desde otras tantas celdas eran la voz de una
jauría salvaje que recrecía sin duda los ánimos de Estelio en medio de una
satírica y triunfante sonrisa, a la que Volpe respondería con una voz
complacida.
__Como dije, no podría esperar menos –Expresó el demonio, en tanto Estelio procedía a
liberar a las bestias por medio de un ligero movimiento de su espada.
Cuando se abrió la celda,
surgió como enjambre la primera oleada de canes que se abalanzaron con furia contra
la personalidad de Volpe, quien muy dispuesto a recibirlos giró el cuchillo que
tenía en su mano sosteniéndolo por la hoja; lo arrojó con gran fuerza hacia el
primero de ellos insertando en un instante su cráneo contra el piso, pero
aunque el perro cayó el resto le pasó por encima arrastrando su cuerpo,
avanzando en dirección a él.
Entonces Volpe con las manos
libres levantó su brazo diestro desenfundando la espada que portaba tras su
hombro; calmado, se inclinó sutilmente descendiendo el acero casi a la altura
de sus tobillos, mientras su codo izquierdo se daba el lujo de reposar sobre su
rodilla, en tanto las veloces zancadas de las bestias acortaban la distancia de
poco a nada; el cánido demonio ha cerrado sus ojos desconcertando a la curiosa
mirada de Estelio, para luego abrirlos como un pedernal de furia encendidos
atravesando el pecho del siguiente animal que se le vino encima. Lo levantó en
el aire alejando en un zumbido sus patas del suelo, y presionándole el vientre
con la palma de su mano lo expulsaría de su arma arrojándolo contra las rejas
en un impacto brutal; luego descendió su espada en dirección al tercero cuyos
enormes colmillos se abrirían velozmente buscando su pierna, fue así como Volpe
retrocedería un paso mientras el filo de su hoja atravesaba cortante el lomo
del chacal impulsándolo a un lado al toparse con sus vértebras. Pero la amenaza
que surgía por detrás de ellos parecería más inmensa.
Volpe detuvo con su mano sus
dientes inferiores reteniendo con su espada los colmillos superiores, y con el
poderoso filo de la misma le atravesó la cara destazándole la mandíbula, para
luego precipitarlo contra el piso en un impacto demoledor; fue en ese momento
cuando un enorme perro se trepó por su espalda adhiriendo los colmillos por
encima de su hombro, en lo que Volpe comenzaba a perder el control. Pasó la
espada por detrás de la nuca clavándosela al chacal en el cuello, y sujetándole
la cabeza con su mano izquierda se la arrancó tenazmente tirando a un lado el
cuerpo sin vida que aún decapitado seguía pateando furioso.
Y mientras Estelio continuaba
abriendo cada una de las rejas lo vería llegar a través del aire ondulado que
emanaba fervientemente de las llamas de la antorcha, acercándose a él con una
fuerza implacable, indetenible, feroz, pasando a través de sus muchos canes con
violencia infrahumana; y antes de que lograra abrir la siguiente celda, la mano
fría del demonio le envolvió la cara colisionando su cabeza contra las duras
placas de piedra del piso con una gran brutalidad. Pero aunque el cánido
demonio había derribado a su amo, la mayor parte de la jauría ya había sido
liberada.
Entonces Volpe comenzó a
sacar cuchillos de sus costados insertando a los canes como lienzo sobre los
muros, mutilando sus miembros, abriendo sus vientres, extrayendo sus entrañas
en un exalto cada vez más sádico, enardecido y frenético; hasta que por fin una
oleada de los perros más grandes lo derribaron contra el suelo aprisionándole
las extremidades con sus poderosas mandíbulas. Fue allí cuando alguna de las
fieras mordiéndole irónicamente sobre las orejas de metal, le arrebató la
máscara dejando al descubierto su verdadero rostro, o talvez solo una parte de
él, pues las sombras le cubrían más allá de la frágil vista del casi
inconsciente y aturdido Estelio.
Desde la percepción de sus
débiles ojos, aquel gesto solo parecía haber alimentado la furia del espectro,
quien se alzó rompiendo con sus propios brazos los cuellos de los canes,
aplastando sus huesos con sus pies y rodillas, hasta que al sujetar la cola de
aquel que le quitara la máscara, se la arrancó del hocico y lo arrastró como un
juguete sobre el lago formado por la sangre de sus hermanos, asesinándolo sin
nada más que sus manos y el potente filo de sus orejas de metal.
Cuando al fin de la jauría ya
no quedaba más que los restos de piel, carne y hueso, los canes que aún
quedaban vivos se rezagaban en silencio hacia en el interior de sus celdas;
mientras la mirada inoportuna de Estelio se convencía sin dudas del aura aciaga
y perversa que irradiaba de Volpe en su terrible severidad. Su espalda erguida,
sus brazos firmes, su respiración tan larga y profunda calmando la bestialidad
de su acelerado corazón; su cuerpo parecía no tener nada más que débiles
rasguños los cuales poco a poco se desvanecían en la oscuridad, pues las fieras
ni siquiera habían sido capaces de rasgar sus potentes vestiduras. Pero aun más
allá de su presencia física, se notaba más evidente la conmoción de su espíritu
como si por dentro luchara con tempestades de emociones, fue entonces que
rompió el silencio cual si hiciera una burla de lo que acababa de suceder.
__Perros y chacales, bien pensado; pero en cuanto a
híbridos se refiere dudo que exista alguno más peligroso que yo… –Expresó Volpe agitando una vez su máscara para escurrirle
la sangre, mas al tiempo en que se la volvía a colocar pasaría a pronunciar con
una voz inquietante–, además de Zoe –Refiriéndose
a una presencia talvez inclusive más poderosa que él.
Por su parte Estelio se
sujetaba la cabeza tratando de calmar la presión de su herida, sintiendo como
la sangre se escurría entre sus dedos por la apertura de su frente; se levantó
cuanto pudo quedando sentado de espaldas contra los barrotes en una actitud
bastante serena y pusilánime, cuando afirmó.
__Comprendo…, entiendo porque Laertes tiene tanto
miedo de enfrentarte él mismo.
__ ¿Acaso hiciste esto para protegerlo? –Preguntó
curioso Volpe en tanto se acercaba a él.
__No, la verdad no lo estimo mucho más que tú –Dijo Estelio tomando tan solo una pequeña pausa– Solo quería ver por mí mismo al terrible
demonio del que todos hablan.
__ ¿Y bien? –Preguntó el espectro Volpe
casi inerte de expresiones, pero Estelio dejaría escapar con sátira una leve
ironía.
__Sabes, tanto lo odias pero… son lo mismo tú y él.
Más le valdría no haberlo
dicho, tan solo de sentir la comparación en su voz la expresión de Volpe se
transformó en un aliento de profunda ira. Le oprimió la mano que reposaba sobre
su frente, doblándole el brazo tan cruel y tan firmemente contorsionándolo
hasta llagar a la altura de su abdomen; así lo levantó del suelo aprisionando
su espalda contra las barras de hierro mientras los rígidos nudillos de la mano
de Volpe aplastaban con tenacidad su pecho compactándole los huesos por encima
del corazón. Estelio gritaba durante los eternos segundos de un dolor
incomparable que activaron su consciencia de extrema adrenalina, justo antes de
que la mano izquierda del espectro le sellase la también la boca, pues Volpe lo
querría completamente despierto para que escuchase su voz cuando se agotara la
suya.
__No Estelio, no lo somos; cuanto menos él pudo
elegir pactar con el diablo, pero yo tuve que nacer llevando su sangre…
Después de todo, sería la ley
arrogante de Laertes la misma que determinaría la suerte de su sobrino: “Pues habrán de ser justos por pecadores”…
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